Anne DelCampe


ANNE DELCAMPE nació en Casablanca Marruecos donde permaneció hasta los 15 años, posteriormente vivió en Guinea Conakry, Pointe à Pitre Antillas Francesas, Dakar Sénégal, donde se inspiró y desarrolló proyectos de creaciones étnicas y artísticas.
Vivió muchos años en Cannes sur de Francia y finalmente aterrizo en Madrid.
A través de sus viajes y experiencias artísticas, se inspiro mucho de todos los países donde vivió, especialmente en Africa reflejando todos sus colores y alegría en sus lienzos pintados al óleo.
Ha expuesto en Francia Cannes, Dakar Sénégal y en Madrid en la galeria Ulmacarisa en abril 2019.
Y como esta siempre en busca de mejorar y aprender diferentes técnicas participa en la Escuela Decinti Villalon en Madrid

Anne Delcampe
Kikapú de corona danza tradicional

Según etnólogos, vinieron de las nieves del norte de Canadá. Se ubicaron en el centro norte del hoy Estados Unidos, en lo que hoy es el estado de Indiana. A mediados del siglo XVIII fueron obligados a huir, por los colonizadores, hacia el sur. Muchos se establecieron en los estados de Oklahoma y Kansas. Un pequeño grupo continuó huyendo hasta entrar a la Nueva España. Carlos III les otorgó territorios en Coahuila en las riberas de los Ríos San Angelo y Sabinas. Guadalupe Victoria, después de la Independencia, les cedió tierras en Texas. En 1850 los ubicaron en el municipio de Múzquiz donde viven actualmente. Benito Juárez les dio la posesión definitiva de las tierras. En 1919, Venustiano Carranza les donó 7 mil hectáreas. Lázaro Cárdenas además de visitarlos, confirmó sus derechos y les proporcionó apoyos para sus trabajos agrícolas. Sus tierras son áridas, cuentan con el agua de las lluvias, afluentes del río Sabinas y frescos manantiales. Hay palmeras, nogales, árboles frutales y en la parte alta, pinos. La región es llamada Nacimiento. Cultivan maíz, frijol, calabaza y tienen algo de ganado. Los gobiernos de Estados Unidos y México les han proporcionado algunos derechos por ser considerados un grupo étnico de la región, ya que sus principales asentamientos se encuentran los estados de Oklahoma, Texas y Coahuila, por ello pueden transitar libremente cruzando la frontera sin la estricta documentación que se solicita por lo general a las personas que ingresan a estos dos países. En las reservas del sur de Texas, la tribu es propietaria de uno de los centros de entretenimiento y apuestas más importantes del estado, el Kikapoo Lucky Eagle Casino. El subsuelo es rico en minerales. En ello tienen fuentes de trabajo en la zona industrial de Monclova. Cuando no hay empleo emigran de braceros a los Estados Unidos de América.

Los kikapú son muy celosos de sus creencias y tradiciones. Su religión influye en todos los aspectos de su vida. En su mitología Kitzihiata es el espíritu creador. Divinidad superior cosmogónica que domina todo lo existente: material o no, y las fuerzas que los interconectan. Kitzihiata salvó a los kikapúes de no perecer en un diluvio universal, hace miles de años, para ayudar a repoblar la tierra. Por lo tanto, son un pueblo elegido.

Todo lo orgánico, incluyendo a la humanidad, y lo inorgánico, tiene vida propia, poder, y estamos interrelacionados con la Tierra y el cosmos. Cuando un familiar fallece, su cuerpo no se extingue, pasa a formar parte de la tierra y renace. Sólo traspasa otra etapa y entra en otra dimensión. Cuando lo entierran, atrás de su casa, siembran encima de la tumba un árbol, ser con espíritu, que compartirá su nueva vida con sus seres queridos. Ellos cultivaban sus propios alimentos.

Anne Delcampe
Indígenas de chiapas

Entre la tradición y el cambio: mujeres jóvenes indígenas de Chiapas.

por Rocío Sánchez

La mayoría de los habitantes de la región de los Altos de Chiapas son mujeres y son indígenas. Estas dos condiciones son factores para que enfrenten marginación económica, social, cultural y hasta geográfica.
Más aún si son jóvenes: entonces encuentran diversos obstáculos para ejercer su derecho a la salud sexual y reproductiva. Sin embargo, existen varias organizaciones civiles que trabajan para brindar información científica y confiable, sin olvidar la pertinencia cultural de las estrategias y el respeto por la autonomía de las jóvenes, quienes poco a poco, comienzan a levantar su propia voz.
En lengua tzotzil no existe una palabra para nombrar a una joven. Existe “mujer” y “niña”, pero nada más. Cuando una menor entra en la pubertad, marcada ésta por la llegada de su menstruación, abandona la niñez para ser considerada casadera y pasar al mundo de los mayores.
En contraste, para la cultura occidental o mestiza, como se la llama para diferenciarla de la indígena, no hay duda de que existe una etapa entre la infancia y la adultez: la juventud, en la que muchachos y muchachas deberían estudiar, tener actividades deportivas o recreativas, retrasar lo más posible el matrimonio y tomar precauciones para no tener un embarazo no planeado.

Ambas visiones del mundo conviven en la región de los Altos de Chiapas, concretamente en San Cristóbal de las Casas, una ciudad con casi 500 años de vida y que hoy sigue siendo testigo de la coexistencia –a veces contrapuesta, a veces armónica– entre tzotziles, tzeltales, mestizos y extranjeros, cada uno con un concepto de lo que debería ser la salud sexual y reproductiva.

Usos, costumbres y cambios

En Chiapas, como en otros estados con predominancia indígena, muchas de las comunidades se rigen por usos y costumbres. Esto implica, entre otras cosas, que los roles de género sean rígidos en cuanto a las tareas que les corresponden a hombres y a mujeres, por lo que ellos se ocupan de las labores del campo y participan en las decisiones colectivas, mientras que ellas se abocan al cuidado del hogar y a la crianza de hijos e hijas.

Si bien estas tradiciones se han mantenido vivas desde hace siglos, el contexto actual, que tiende a la globalización, ha generado cambios importantes en la cultura de los pueblos indígenas. Uno de ellos es la juventud; la otra, el noviazgo. Apenas hace dos generaciones, muchas mujeres eran “apartadas” desde los nueve o diez años para casarse con hombres que sus padres elegían. Por esto, el matrimonio forzado sigue siendo un tema de preocupación para muchas las activistas –mestizas e indígenas– que defienden los derechos de las mujeres.

Pero hoy por hoy, el noviazgo es una realidad para muchos jóvenes que buscan poder elegir con quién compartir sus vidas o formar una familia, aunque no es tan bien visto por los adultos de las comunidades. Así lo describe Florencia Moshán, indígena radicada en el municipio de Las Margaritas, en su artículo “Violencia en el noviazgo en los jóvenes tzotziles de la comunidad de San Mateo Zapotal”. Los padres, dice, no aceptan que sus hijos o hijas tengan relaciones de noviazgo, pues está mal visto en la comunidad. “Por eso sucede muy a menudo que la joven resulte embarazada a la primera vez que le propone el chico, ya que ella piensa que no habrá otra oportunidad de que puedan estar juntos y solos, porque sus padres lo prohíben”.

Esta investigación forma parte del libro Derechos y salud reproductiva entre jóvenes indígenas: hacia la construcción de una agenda necesaria, coordinado por la antropóloga Paloma Bonfil y escrito por seis investigadoras indígenas de Chiapas, Oaxaca y Guerrero, quienes dejaron su papel como investigadas para indagar e interpretar la información obtenida de sus propias comunidades. En un estado como Chiapas, donde 68 por ciento de la población habla alguna lengua originaria, la colaboración académica de tal nivel es valiosa y cada vez más frecuente.

Madres jóvenes

Cae la tarde en la cabecera municipal de Zinacantán. La marimba alegra un evento realizado en el telebachillerato local. Es la víspera del 10 de mayo y unas 50 madres de familia se han reunido en el patio para ser festejadas. Las autoridades del plantel lanzan un discurso en tono oficialista para agradecer a este y aquel funcionario que hicieron posible que la celebración se lleve a cabo; las mujeres, cubierta la espalda con el moxib o chal de color púrpura intenso, característico de la vestimenta tradicional, atienden en silencio.

Pareciera ser eso, el silencio, el que acompaña a todas partes a las mujeres indígenas de Los Altos. Ellas no levantan la voz cuando platican, no ríe estrepitosamente. Por eso, cuando comienza a bajar la niebla y se anuncia el fin de la fiesta que venera a la maternidad, las invitadas salen como un murmullo del plantel. En unos minutos, las mujeres han regresado a su hogar, el espacio privado, y sólo los varones más jóvenes quedan jugando basquetbol o conversando en su espacio, el público.

A nivel nacional, el porcentaje de mujeres indígenas que tuvo su primera relación sexual antes de los 15 años es mayor al de las no indígenas, aunque en la mayoría de los casos se trata de jóvenes que ya están unidas en pareja, según refiere Paloma Bonfil en la obra citada. De ahí se desprende que, de acuerdo con el Censo de Población y Vivienda de 2000, el 37.2 por ciento de las jóvenes indígenas de entre 15 y 24 años de edad ya eran madres, en contraste con el 29.9 por ciento de las no indígenas. De ellas, 89.6 por ciento estaba casada.

Si bien es cada vez más aceptado el uso de métodos anticonceptivos en los Altos de Chiapas, la costumbre es que, una vez que una pareja se une, el primer bebé debe venir pronto y después ya se puede empezar a planificar, como lo documenta Ofelia Pérez Ruiz, indígena tzotzil, en su investigación sobre el embarazo temprano en la comunidad de Polhó, municipio de Chenalhó.
Sin embargo, es importante contextualizar la maternidad temprana como un rasgo cultural significativo en las comunidades. Unirse en pareja y formar una familia propia sigue siendo una opción válida para muchas jóvenes, quienes tienen pocas oportunidades de estudiar hasta niveles superiores, por lo que de esa manera adquieren la categoría de adultas. Además, refiere Pérez Ruiz, existe la creencia de que es mejor que las mujeres tengan hijos muy jóvenes, pues cuando son mayores la pelvis “puede estar muy maciza” y provocarles sufrimiento durante el parto.

Educación sexual limitada

Hoy, las jóvenes indígenas tienen más información sobre sexualidad que sus madres. La obtienen de amigos, de algunas parteras o promotoras de salud sexual y reproductiva que trabajan en sus comunidades, y las que logran llegar al bachillerato la encuentran en la escuela.
Luis Enrique Nájera Ortiz trabaja como orientador educativo en el Colegio de Bachilleres No. 58, en San Cristóbal de las Casas. Ahí estudian unos mil jóvenes, de los cuales, 65 por ciento son indígenas tzotziles o tzeltales, esto en el turno matutino, pero en el vespertino el porcentaje sube a 95 puntos. Este plantel del Cobach se ubica en una zona de asentamientos irregulares fundados por indígenas desplazados de sus comunidades, en medio del conflicto por el surgimiento del movimiento zapatista, en 1994. “Sus padres ya viven en San Cristóbal y ellos, poco a poco, con el contacto del contexto urbano, han perdido parte de la identidad. Por ejemplo, hablan predominantemente el español y no la lengua materna, y ya se reconocen como originarios de San Cristóbal y no de un grupo indígena”.

En entrevista, Nájera Ortiz explica que, además de la orientación vocacional, información sobre ecología o sesiones para mejorar la comunicación entre padres e hijos, su función es dar información para prevenir embarazos no deseados y ciertos aspectos de la sexualidad. Esto, comenta, se entrelaza con algunos temas tratados en la materia de Ética y Valores, que se imparte en dos de los seis semestres que dura el bachillerato.

Desde su experiencia, la información que tienen los jóvenes proviene principalmente de los amigos, pero también de libros y revistas. “Se nota claramente que no hay comunicación entre padres e hijos en cuestiones de sexualidad, por ende, cuando tocamos temas, por ejemplo, de métodos anticonceptivos, existen todavía muchos tabúes muy arraigados”, narra, y recuerda la ocasión en que una chica comentó en la clase que sus padres le decían que cuando hubiera hombres en el río o en una alberca, no se metiera a bañar porque iba a quedar embarazada.

Las y los jóvenes están poco abiertos a preguntar cuando tienen dudas y, según el docente, suelen hacerlo sólo cuando hay una situación de emergencia, por ejemplo, una infección de transmisión sexual. En esos casos, dice, se les canaliza al servicio médico gratuito del IMSS con el que cuentan por ser alumnos, y ahí les dan tratamiento y seguimiento. Se trata de un servicio amigable cuyos trabajadores tienen contacto cercano con el colegio, por lo que el trato hasta ahora ha sido bueno.

Pero es importante recordar que, esta información sólo alcanza a los estudiantes de bachillerato. De acuerdo con el también maestro en Ciencias, las últimas cifras nacionales señalan que, de cada diez estudiantes, sólo tres o cuatro logran cursar la preparatoria. Y aunque en el plantel No. 58 hay equidad entre la cantidad de hombres y mujeres que acuden, aclara que esto responde al contexto urbano, “a diferencia de comunidades indígenas donde, de acuerdo con mi experiencia, hay más hombres que mujeres en la educación media; en el contexto de Chamula, Larráinzar, Tenejapa, que son municipios cercanos a San Cristóbal, si hacemos un conteo de hombres y mujeres sería muy marcada la diferencia”.

La juventud indígena habla por sí misma

A pesar de que el porcentaje de jóvenes originarios en la educación media superior es bajo, su presencia es fructífera. Con ellos trabajó la organización Asesoría, Capacitación y Asistencia en Salud A.C. al realizar el Foro Multicultural con Jóvenes Indígenas de Chiapas, en octubre de 2012. En él se capacitó a 17 jóvenes –11 mujeres y seis hombres– estudiantes del bachillerato para promover la salud sexual y reproductiva a través de módulos informativos instalados directamente en las comunidades.

Pero el fin último es que este trabajo alcance a todo el estado. Por eso se creó la Agenda Multicultural de Jóvenes Indígenas de Chiapas, con la que se pretende promover la información en materia de sexualidad en las cinco principales lenguas indígenas de la entidad: chol, tzotzil, tzeltal, tojolabal y zoque.

Entre las mayores necesidades que identificaron las y los jóvenes participantes, dijo a Letra S Sebastiana Vázquez Gómez, coordinadora de estos trabajos, está la de adecuar culturalmente la información que proporcionan las instituciones, principalmente sobre los temas de embarazo no deseado, violencia familiar y matrimonio forzado. También es necesario adecuar los servicios de salud a los contextos culturales particulares, así como brindar información desde la niñez acerca de los derechos sexuales y reproductivos.

La activista indígena considera que en la actualidad, la juventud tiene acceso a más información que sus padres, sea porque éstos no acudieron a la escuela o porque en ese momento el contexto era diferente. Hoy hay más adolescentes estudiando y, sobre todo, más mujeres, cosa que antes casi no se veía.

No obstante, identifica un problema: muchos padres se oponen a que sus hijos e hijas reciban información sobre sexualidad. Por esto, uno de los mayores retos, considera, es lograr que padres y madres acepten que los jóvenes necesitan la información. Un segundo reto es conseguir que las autoridades retomen como plan de acción la agenda de salud sexual y reproductiva que acuñaron los adolescentes. “Es su agenda, porque al final, no somos nosotros los que lo estamos pidiendo”, enfatiza.

Otras obras

Consuegra. Óleo sobre lienzo, 50 x 50 cm
Esquivias. Óleo sobre lienzo, 50 x 50 cm

Qué pasa del otro lado. Óleo sobre papel 30 x 21 cm
Gato tomando aire. Óleo sobre papel 30 x 21 cm
Quédate en casa. Óleo sobre papel 30 x 21 cm
Cogidos de la mano. Óleo sobre papel . 30 x 21 cm
Confinamiento para mi también. Óleo sobre papel 30 x 21 cm

2 respuestas a “Anne DelCampe”

  1. Me han impresionado mucho. Sobre todo cogidos de la mano. Y Qué pasa del otro lado me ha llenado de tristeza. Sus cuadros me han afectado bastante.

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